martes, 1 de noviembre de 2011

En realidad nadie es quien dice ser por que miedo a que los demás vean como es realmente. 
Es cierto, la gente se esconde detrás de una máscara de hierro, irrompible, que solo puede abrirse desde dentro y aun así, a veces, es imposible. Porque esa máscara se empieza a incrustar en tu carne, poco a poco, sin que te des cuenta de nada, se apodera de ti y cuando te quieres dar cuenta ya es demasiado tarde. Cuando te la intentas quitar, duele, duele tanto que si sobrevives al tirón te quedarán secuelas, como la piel de tus piernas en verano en un sofá de cuero, solo que millones de veces más fuerte. Tu carne se adhiere, hay que ir despegándola poco a poco, tantos años con la misma máscara, inútil, que te oprime y te deforma las facciones iniciales de tu cara. Todo ¿para qué? ¿para qué siempre te saquen defectos? ¿para hacer que aun así te sigan destrozando? El corazón no tiene máscaras de hierro, lo que hay es lo que hay, no es más que un puñado de sentimientos rotos por personas a las que nunca has visto sin sus respectivas máscaras de hierro y nunca lo harás. 
Entonces te das cuenta de que ni tú mismo sabes como eras antes de plantarte en medio de la cara tu máscara de hierro forjado. Pero no me rendiré, no hasta encontrarme, no hasta saber que había debajo. Porque no, esto no quedará así y si alguien puede liberarme de prejuicios y mentiras, sí, esa soy yo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario